miércoles, 22 de julio de 2009

Había una vez

Había una vez, una chica de 16 años que tenía que estudiar para un examen de matemáticas. Era un sábado del mes de junio del año 92. Esa mañana tocaba repasar, sin embargo esta chica sentía un horrible dolor que le impedía concentrarse. Tras sus quejas, su madre le dio un analgésico. La chica volvió a su habitación e intentó concentrarse en lo que estaba estudiando. De repente, comenzó a sentir como sus manos y el resto de su cuerpo se iban hinchando paulatinamente, hasta el punto en que la respiración se le hacía dificultosa. Bajó asustada y cuando su padre y su madre la vieron se preocuparon tanto por su estado, que decidieron llevarla al centro de salud más cercano. Este analgésico le había desencadenado una reacción alérgica grave.

Allí la atendieron dos grandes profesionales, que gracias a su dominio de la situación consiguieron que su hija siguiera con vida. Según ellos, si en vez de haberla llevado a San Enrique la hubiesen llevado a La Línea, esta chica no hubiese sobrevivido.

En las posteriores ocasiones en las que esta chica o alguien de su familia acudía a consulta, este médico siempre recordaba lo ocurrido, relatando el susto que pasaron él y su compañero.

Pasaron los años y este profesional continuó en el pueblo. Siempre recibía a esta familia con una sonrisa y siempre estaba dispuesto a echar una mano para ayudarles. Siempre saludaba con cariño a la abuela, que al ser tratada de esta forma sentía como sus males disminuían. Fue a visitar, no como profesional, al hermano de esta chica cuando muchos años después tuvo un grave accidente.

Pero este trato no era sólo con esta familia. Por lo que cuentan las demás familias del pueblo, este era el comportamiento que tenía con todas ellas.

Estudiar Medicina puede hacerlo mucha gente, pero ser un médico que sabe tratar con humanidad a sus pacientes, eso es algo que sólo unos pocos pueden conseguir, porque eso no se enseña en la universidad.

Esta chica soy yo, pero podría ser cualquiera de Tesorillo, de San Enrique, de Guadiaro,… y esta familia es la mía, aunque podría ser cualquiera de alguno de estos pueblos. Nunca tendré (tendremos) suficientes palabras de agradecimiento para Rafael. Ha sido una de las personas que no se limita a pasar por tu vida, sino que ha sido de las que pasa por tu vida y deja para siempre una huella en tu corazón.

2 comentarios:

Esteban dijo...

Bonita historia!! un beso

gades81 dijo...

Si que es una bonita historia, historia que se ha repetido en muchas familias de nuestro pueblo. En mi caso, cuántas veces he ido fatal, y sólo llegar alli me daba un aliento de vida y conseguía que en poco tiempo estuviese mejor, a cada uno nos entendía, han sido muchos años y como bien dice es de esa personas que dejan huella porque son únicos e irrepetibles.